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Adios a Pepe Moyano

Carta de Rafael Parraga del Moral. Ex presidente de Aveprenco

Rafael Párraga Del Moral | 27 de octubre de 2016

Interrumpo mi inacción en las redes sociales, para unirme a las condolencias para todos los allegados por la muerte de Pepe Moyano.

Lo conocí mucho después que vosotros, a mediados de los noventa (hay que ver cómo pasa el tiempo, aunque como dice Gardel: veinte años no es nada), y desde el principio capté que era un tipo peculiar, alguien que intentaba tener pinta de lobo, aunque, cuando lo tratabas, le delataba el pellejo de cordero. (Por entonces, recordáis los más viejos, que se estilaba mucho eso en la distribuidora.) Como todos los que lo tratamos, tengo infinidad de anécdotas con él, pero quizá la más señalada, fue en aquélla ocasión en que un repartidor, (entonces los ruteros estaban a su cargo), no me había dejado el servicio de Córdobas cuando abrí. Era domingo por la mañana. Cerca de las doce, me dice un cliente: -¿y esos periódicos que tienes ahí, que son para devolver? El repartidor me había dejado más tarde los fardos de periódicos detrás del quiosco, sin decirme nada, para intentar taparse. Como tantos domingos, nadie atendió el teléfono, y yo agarré uno de aquéllos grandísimos cabreos con que  tan a menudo nos obsequiaba la profesión. ¡El domingo ya estaba echado!

Al día siguiente, muy alterado todavía, fui a buscar a Moyano a la distribuidora, en un primer momento intentó sacar la cara por el repartidor, éste le había dicho que los periódicos los dejó allí desde primera hora. ¡Fuera del buzón, sólo los Córdobas, y sin que nadie los hubiéramos visto en toda la mañana...! -Venga Moyano, eso no cuela de ninguna forma. Le pedí la hoja de reclamaciones, el no sabía dónde estaban, me la entregó Paco Ramos, que asistía como testigo mudo a la trama de aquel agravio. Empecé a rellenar la hoja, no recuerdo si verde o amarilla, y al poco, casi desde la puerta, escuché a Moyano decir en voz baja: -Haz lo que quieras, Rafa, pero estás firmando mi despido. Me cabreé aún más, dudé qué hacer, lo miré furioso, rompí la hoja y la tiré en la mesa. Me levanté y al pasar por su lado, le dije: -no quisiera ver más a ese mentiroso por mi quiosco. Efectivamente, aquél tunante ya no vino más. Al poco me enteré que había hecho algunas otras jugarretas y ya no estaba ni en la distribuidora.

La siguiente vez que vi a Moyano, antes de una reunión en la sede de la asociación, en un aparte, me dio las gracias. Juro que no recordaba por qué. -Por lo del cabrón aquél, me dijo Moyano, en ese tono que todos tan bien conocemos. Sí, aquél pájaro era un embustero, un inepto, y a mi, claro que me fastidió el domingo, pero creo que me hubiera arrepentido siempre de firmar aquélla hoja por Moyano, aquél tipo al que le gustaba gastar pinta de lobo y tenía pellejo de cordero.

 
 

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