Desde siempre, quizá porque la primera vez que los visualicé con la mirada metafísica de la infancia se me antojaron como enormes caracolas que con ese carisma desubicado, albergaban un mundo dentro de ese hermetismo que tienen los espacios reducidos. Siempre que me arrimaba a un quiosco de prensa abierto, que a lo lejos parecía una enorme planta carnívora dispuesta a tragarse a todo el que se dejara seducir por aquella panoplia vistosa y seductora de colorido impreso, sentía que el verdadero secreto estaba dentro de aquella enorme concha del mar urbano. Y ese misterio no era ni más ni menos que el gesto, la palabra y el ademán simpático de la persona que regentaba aquella goleta varada en mitad de una plaza o avenida. Y jamás me fui de ella sin desvelar algunos secretos y sin asirme a algunos más en aquellas páginas de revistas o periódicos que se compraban por unas pocas monedas, siempre rentables en función de todos los hilos de fotos y palabras que te llevabas y que todos necesitamos para hilvanar la realidad hecha noticia. Y hasta la imaginación más ensoñadora. El caso es que los años han pasado, y muchos, y aún los quioscos de prensa siguen oliendo a esa leña acogedora que se quema en la chimenea de una pequeña cabaña en mitad de un solitario bosque. No hay noticias, sean del color que sean que no esperen su primer vuelo ciudadano en ese hangar de aviones de papel y actualidad. Los quioscos de prensa son un patrimonio vivo que precisamente por estar vivo y coleando no se le da el rango que merecen. Ahora los vendedores de prensa piden cambios en la ordenanza que regula su trabajo por estar «desfasada». Cambian los tiempos y como debe de ser han de cambiar las ordenanzas obsoletas, sobre todo para que una cosa no cambie: la permanencia en ese océano urbanita de eso paquebotes donde viaja todo aquello que esperamos encontrarnos cuando nos enrolamos en un quiosco de prensa.
¿Cómo es posible que en Sgel sepan antes de confeccionar un albarán los precios de cada publicación que nos entregan y, además, nos informan en el mismo albarán si ha habido un cambio de precio de alguna publicación y, en cambio, en Boyaca se ( nos ) enteren el 24 de Enero de que una publicación que nos entregaron el 16 de Noviembre tenía un precio distinto al que aparecía en su albarán?
¿Cómo es posible que Sgel nos informara en el mismo albarán de entrega de que Diez minutos subía de precio el 19 de Enero y Boyaca, aún no haya hecho lo propio respecto a Semana y Lecturas, que cambiaron de pvp el mismo día?
No sabemos si es desidia, torpeza, incompetencia o negligencia la reiteración de éstos " errores ", por parte de Boyaca, lo que sí sabemos es que cada error suyo nos cuesta el dinero a quienes confiamos ingenuamente en su profesionalidad
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